En los últimos días, tras el empate a 1 en el Santiago Bernabéu entre Real Madrid y Barcelona, se escucharon todo tipo de “lindezas” en contra del juego blanco: se tildó al equipo de “ultradefensivo”, de “amarrategui”, de resucitar en su propio campo el “catenacchio”... Pero, sin duda, lo más estrambótico, fue escuchar a los puristas de este deporte lapidar a José Mourinho por su planteamiento táctico. Llegó a decirse que el técnico portugués había manchado los más de 100 años de historia del club merengue. Nunca 90 minutos fueron tan dañinos para la historia de nadie. Con todos estos alicientes, con el primer título del curso en juego, con las batallas Pep-Mou, Cristiano-Messi, Pepe-mundo... se presentaba la final de la Copa del Rey.
El partido estuvo a la altura de las expectativas y supuso el mayor espectáculo futbolístico que se puede presenciar hoy en día en el planeta. Una lucha de poder a poder en busca de la hegemonía en España pero también en Europa. Una guerra de estilos. Un enfrentamiento entre el “bien” y el “mal”, como así se vendió desde Cataluña durante varios días. Y a veces, el bueno, por muy bueno que sea, debe claudicar. Ganó el peor. Ganó Pepe, convertido en el “anticristo” culé por su forma de secar a Messi. Ganó también Cristiano, el que nunca hace nada en las grandes citas ni contra el Barça pero al que ha marcado dos goles decisivos en apenas cinco días. Y, sobre todo, ganó Mourinho, al que se fichó como “anti-Pep” y que planteó un entramado táctico a la altura de muy pocos. El Real Madrid se alzó con su 18º Copa del Rey. Y es que parece que, cuando coinciden sobre el campo, con un título en juego, Piqué, Busquets, Xavi, Iniesta, Villa, Pedro, Ramos, Arbeloa y Xabi Alonso... siempre acaba levantando la copa Casillas.
El encuentro estuvo marcado por la sorprendente primera mitad del equipo blanco. El Real Madrid salió con una mentalidad completamente diferente a la que tuvo pocos días antes. Adelantó filas y presionó en el campo del Barcelona, algo que pareció despistar a los jugadores culés. Cristiano, Di María y Özil formaban la primera trinchera. Tras ellos, Pepe. Luego, Xabi Alonso y Khedira. El Barcelona no consiguió trenzar en ningún momento su preciosista y efectivo juego de pases y el Madrid se hizo dueño del partido, pudiendo marcar incluso en varias ocasiones. Ronaldo y Pepe dispusieron de las ocasiones más claras pero, los disparos del primero y el cabezazo del segundo se marcharon fuera o al palo. Con 0-0 y la sensación de que este Madrid podía hacerle mucho daño al Barcelona se llegó al descanso.
Tras pasar por los vestuarios, la película cambió de escenario. Se cambió el salvaje oeste, siempre beneficioso para los hombres de José Mourinho, y se pasó al musical, de nuevo perfectamente interpretado por los Busquets, Xavi e Iniesta. El Barça tocaba y tocaba, mareaba al Real Madrid, que parecía acusar el esfuerzo de la primera mitad. Así las cosas, el único que desafinaba era David Villa, otrora ejecutor infalible, hoy pistolero con el arma encasquillada. Y ya son 11 las actuaciones consecutivas con la pólvora mojada... Con el equipo blanco entre las cuerdas, volvió a surgir la imagen de un santo. “San” Iker Casillas, últimamente poco exigido, se estiró, blocó, despejó y voló para que su equipo pudiera seguir con vida. 90 minutos disputados. 45 para cada equipo. Un duelo épico así siempre se merece un epílogo a la altura.
Y llegó la prórroga. Sobre el papel, el Barça parecía más fuerte. Más entero. Más enérgico. Pero el Real Madrid ya había avisado en los últimos minutos, primero con un disparo que se marchó por poco de Ronaldo y luego con un chut lejano de Di María que despejó Pinto, que seguía muy vivo. Granero sustituyó a Khedira, fundido y lesionado tras realizar su mejor encuentro con la casaca blanca, y los hombres de Mourinho volvieron a tener un poco más la pelota. Los dos conjuntos estaban extenuados y se olía que el encuentro se resolvería por algún pequeño detalle. Messi lo intentaba por su cuenta en el bando culé y Cristiano hacía lo propio por el lado madridista. Era el momento de aparcar las actuaciones corales y de que apareciesen los solistas. El argentino estuvo siempre vigilado por la telaraña defensiva organizada por Mourinho, que no le permitió brillar en ningún momento. Regateaba a uno, a dos, a tres. Trenzaba paredes. Pero rara vez aterrorizaba a la zaga cerca del área. Fuegos de artificio. Por el otro lado, el delantero portugués del Real Madrid tiraba de fuerza, de garra. Pero fallaba una vez tras otra cuando se encontraba en los aledaños de la portería de Pinto. Su ansiedad por destrozar su maleficio contra el Barcelona le hacía errar en los últimos metros.
Al final, y a pocos minutos para la conclusión del partido, Marcelo interpretó a la perfección un hueco en el flanco derecho de la zaga culé, buscó en profundidad a un hiperactivo Di María, que puso un balón milimétrico a la testa de Ronaldo. Éste se alzó, majestuoso, sobre Adriano y enganchó un balón en las alturas que se coló en la meta barcelonista. Y es que siendo Semana Santa sólo podía marcar Cristiano asistido por Di María. Entonces surgió la euforia. Aparecieron las lágrimas. Se borraron los malos recuerdos de los últimos años. Las manitas. Los 2-6. Todos se desvanecieron. El madridismo se despertó de su particular pesadilla con el mejor de los sabores. Habían derrotado al mejor equipo de la historia. Adiós a los complejos y bienvenidos los títulos de nuevo.
El Real Madrid levantó la Copa del Rey y el Barcelona hará lo propio con la liga. 0-1 en copa, 1-1 en títulos. El desempate llegará en la Champions. Se ha tildado a la Copa del Rey, en los últimos días desde Cataluña, como un “trofeo menor”. No hay que olvidar que el Barça es el auténtico “Rey de Copas” con 25 en su haber por las 18 del Real Madrid. Desde la capital, por su parte, se ha hecho lo propio con la liga. La Copa de Europa pondrá a cada uno en su sitio. Los culés deben seguir orgullosos de su equipo en estos días más oscuros. Han creado una forma de jugar que perdurará en las retinas de todos. Dentro de 40 años se recordará a este equipo con nostalgia y melancolía. Todos y cada uno de nosotros podrá decir que vio jugar a uno de los conjuntos más preciosistas de la historia del fútbol. Como a la Brasil del 70. Como a la “Naranja Mecánica”. El Real Madrid aún sigue un peldaño por debajo del Barça. Pero ese escalón cada vez es más pequeño. De momento, cada equipo ha ganado una batalla. La guerra se decide en los próximos once días.
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