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martes, 29 de noviembre de 2011

España se deja el prestigio en sus “bolos” por el mundo

   Toda España tocó el cielo aquella noche veraniega cuando el capitán, Iker Casillas, levantaba la Copa del Mundo en Sudáfrica tras derrotar en la final a Holanda por 1-0. La felicidad máxima de toda una nación. La inclusión de una estrella en la camiseta de un equipo que se convertía en el mejor combinado del planeta fútbol tras sus victorias en la Eurocopa, primero, y en el Mundial después.

   Y esa estrella, ese estatus, requiere unos mínimos. Supone pasearse por cada uno de los continentes con la cabeza alta, con la motivación y las ilusiones de un país que te cubre las espaldas. La selección española, por unos motivos u otros, tras Sudáfrica, se relajó. Estrenó estrella en agosto de 2010, apenas un mes después de tocar la gloria, frente a México, en el Estadio Azteca. Había ganas de ver de qué era capaz un conjunto que había eliminado a Portugal, Alemania y Holanda. El resultado, decepcionante: 1-1 y gracias. La cosa no había empezado de la mejor de las maneras.

   Un mes después, una prueba de fuego: la Argentina de Lionel Messi que, tras un decepcionante Mundial, estrenaba entrenador (Batista) y renovadas ilusiones. España volvió con el orgullo tocado y con un saco de goles en la maleta (4-1). Algo no iba bien. Los hombres y el cuerpo técnico eran los mismos. El juego, no. Y eso quedó refrendado en noviembre. Tras Messi, Cristiano Ronaldo. Portugal apabulló a los hombres de Vicente del Bosque por 4-0. La selección seguía dejándose el prestigio fuera de casa.

   A partir de entonces, todo empezó a cambiar. Año nuevo, esperanzas nuevas. El siguiente amistoso fue en casa y, aunque el equipo no brilló, por lo menos se alzó con la victoria ante una incómoda Colombia (1-0). Después, el agua bajó por sus cauces naturales. En junio, en Boston, España derrotó a Estados Unidos por 4-0 y, poco después, hizo lo propio frente a una débil Venezuela por 3-0. La estrella volvía a emitir luz. Las señales eran de nuevo positivas.

   Eran todos equipos inferiores a España. Cierto. Se había jugado mejor. Muy cierto. Pero no eran medidas reales. En agosto, Italia nos bajó de la nube. Otra vez. En Bari, Casillas y compañía cayeron por 2-1, viéndose impotentes, una vez más, ante una de las teóricas mejores selecciones del planeta. Una victoria por la mínima ante Chile en septiembre por 3-2 no fue suficiente. Algo seguía mal. E Inglaterra, hace unos días, lo dejó claro. De nuevo. El equipo de Capello fue inferior pero se llevó el partido por 1-0. El empate ante Costa Rica (2-2) forma parte, sólo, de esa pérdida paulatina de prestigio en la que ha entrado España desde que se proclamó campeona del mundo. Unos dicen que antes “sólo ganaba los amistosos y perdía los oficiales y que ahora es al revés”. La realidad es que hay que demostrar por qué se es campeón del mundo. Siempre.

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