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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Cassano, puro talento destructivo

   Antonio Cassano (29 años) pertenece a esa estirpe de futbolistas cuyo talento, inmenso, es únicamente proporcional a los escándalos que protagoniza. Mágico. Excéntrico. Único. Genio.

   Talentino, como se le conoce hoy en día, creció y maduró en el conflictivo barrio de Bari, Italia. La calle le ayudó a hacerse hombre a pasos agigantados. Conoció sus peligros, la debilidad y la fragilidad humana. Bordeó los límites, las fronteras del bien y del mal. El fútbol le salvó de una existencia llena de penurias. Vitales y económicas. Pero no de sí mismo. Sus piernas se estiraban, sus brazos se hacían más largos. Creció. Pero su cabeza seguía siendo la de un niño. Era un niño. Adelantado a su edad pero todavía imberbe, acompañado de un acné que acreditaba la fecha de nacimiento que ponía en su carnet de identidad. Su juego decía otra cosa. Debutó con 17 años, en el equipo de su ciudad, en 1999, logrando el ascenso a la Serie A. En su segundo partido en la máxima categoría manifestó que era diferente, que su juego podía convertirse en arte atemporal. Surrealismo abstracto. Control de tacón tras un pase largo. Minimalismo. Regate en una baldosa a Panucci y Blanc. Jugador de dibujos animados. Gol al Inter de Milán. Esa noche, Antonio Cassano avisaba a los dioses del fútbol. “Aquí estoy. Soy especial”.

Del Olimpo al Olímpico

La Roma pagó por él 30 millones de euros y, de un día para otro, se consolidó como una estrella. Por juego y cuenta bancario. Junto a Francesco Totti, otro nueve y medio, formó una de las parejas más deliciosas del mundo. Arte en movimiento. Fabio Capello, pintor de brocha gorda y técnico del equipo, logró calmar al demonio interior de Cassano. Acallar su vocecita interna. El Pibe de Bari pasó a ser un jugador más eficaz y efectivo. Más maduro. Hecho. Pero tras la marcha de este gigante de hierro de los banquillos con destino a Turín, Antonio volvió por sus fueros. Inestabilidad. Völler o Spalletti no supieron o no quisieron  templarle y la situación se tornó insostenible. El ídolo debía abandonar a sus fieles. Destino: Madrid. Peso: desconocido. El Real suponía un arma de doble filo: volver a formar parte de los elegidos o caer en la picadora de estrellas que es el equipo de la capital de España. Salió cruz. La aventura no pudo resultar peor. El italiano encontró otros placeres mayores que el balón, al que dejó de lado. Fuera de forma, solo, apartado… ni siquiera su otrora mentor, Fabio Capello, supo reconducirle en esta ocasión. Temporada y media y pocos partidos después, con muchas más sombras que luces, regresó a su tierra. La Sampdoria le esperaba con los brazos abiertos. Salió cara. Allí, recuperó la felicidad. Y es que Cassano es de ese tipo de personas transparentes. Su sonrisa es como la de los niños: no sonríe con la boca, lo hace con el alma. Tras convertirse en el referente del equipo, su ángel se fue imponiendo poco a poco, a pesar de esconderse en algunas situaciones: contra el Torino y después de lograr el empate a dos para su equipo, Talentino vio la amarilla por su vehemente celebración. Minutos más tarde se encaró con el árbitro, vio la cartulina roja por ello, le tiró su camiseta y le avisó de que le “esperaría fuera”. El paciente mejoraba pero… En la Samp formó, junto a Giampaolo Pazzini, una de las duplas más letales de todo el campeonato. Su contribución fue tan decisiva que, cuando abandonó el barco, éste se hundió rumbo a la Serie B…

   Actuaciones estelares. Siempre ese trote singular. Titulares. Vuelta al primer plano internacional. Milán AC. El equipo entrenado por Massimiliano Allegri arriesgó y decidió apostar por él para formar, junto a Ibrahimovic, Robinho y Pato, uno de los frentes de ataque más temibles de Europa. Además, regresó a la selección nacional para convertirse en piedra angular del nuevo proyecto de Cesare Prandelli. Pazzini o Rossi. O Ballotelli. Siempre Cassano.
   
    Raúl González Blanco, buque insignia de la historia reciente del Real Madrid y ex-compañero suyo, señaló que el punta era “el jugador más talentoso con el que había jugado“. El más creativo. Un artista. Un hombre que ha compartido vestuario con leyendas como Luis Figo, Ronaldo Nazario, David Beckham y, sobre todo, Zinedine Zidane. Para un símbolo, para el máximo goleador de la historia de la Champions League, para una figura mundial, Cassano los superaba a todos. Hasta ahí podría haber llegado el impacto del bueno de Talentino…

   Hace pocos días, después de su último partido, el de Bari se sintió indispuesto y desorientado. Diagnóstico: ictus isquémico. Su sangre superaba el centro del campo pero era capaz de llegar al área rival… Dicen que también perdió el habla. Pero su fútbol no puede ser silenciado. Antonio seguirá gritando talento en cada terreno de juego.

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